Este relato está basado en un hecho real, ocurrido hace unos años en Aracena, mi pueblo, y del que fui testigo directo, de ahí que aparezca un camarero llamado Joaquín. La trama final es lo que en realidad ocurrió, sin embargo el principio es completamente ficticio, así como el nombre del protagonista principal.
UN DÍA EN EL LUGAR EQUIVOCADO.
Podría haber sido un día más, pero no, no iba a ser así. Aquella
mañana ya había comenzado siendo especial. Reunión con el jefe
precisamente el único
día del año que no sonó el maldito despertador. Llegó tarde a la
única cita, en cinco años trabajando para la empresa. La
excusa del atasco de tráfico pareció haber tenido éxito, sobre
todo teniendo en cuenta que realizó la llamada, desde el coche,
justo en el momento en que pasaba cerca del ayuntamiento donde una
pitina ensordecedora recibía a una pareja de recién casados.
El sonido de las bocinas de los asistentes a la boda, le dio el
crédito suficiente a su historia.
Cuando acabó aquella dichosa
reunión en la que su jefe le pedía una mayor productividad, se fue
a su casa, a preparar el equipaje y lo necesario para el viaje que
tenía que emprender. Hacía varios años que ejercía de
vendedor para una importante firma que comercializa vinos y cavas.
Curioso, vinos y cavas y con sede en Madrid. -En fin, así está el
mundo. -Esa era su respuesta preferida cuando le preguntaban por la
curiosidad del caso.
Pasaría alrededor de quince días, intentando sembrar con sus caldos
buena parte de Andalucía. Sus clientes eran sobre todo
mayoristas y grandes supermercados, aunque
también algunos bares y restaurantes de cierto prestigio y con
elevado consumo.
A
Pedro le encantaba trabajar en el territorio andaluz, se sentía como
en casa. Tenía sus puntos fijos desde siempre, hoteles y
restaurantes donde dormir y comer, y en los que era tratado más que
como cliente, como amigo.
Claro que tal y como había comenzado la mañana salió bastante más
tarde de lo habitual, y como es normal, cuando las cosas empiezan a
torcerse desde tempranito, no hay vuelta de hoja, el día completo va
de cabeza, todo se complica sin explicación aparente.
Antes de llegar al km 50 de la autovía de Andalucía comenzó a
notar cómo su vehículo se le iba
a la derecha, nada que ver con sus ideologías. Al
principio el volante le tiraba levemente, pero poco a poco
aquello se agudizó cada vez más, de
tal modo que tuvo que apartarse
de la vía al arcén y bajar
del coche para comprobar que tenía un pinchazo en el neumático
trasero izquierdo.
Buscó en el interior del coche todo lo necesario para cambiar la
rueda y, cuando lo tuvo dispuesto, se puso manos a la obra. O las
tuercas estaban muy, muy apretadas, o su fuerza había disminuido
ostensiblemente en los últimos años.
Se
hallaba ensimismado en ese dilema interno, cuando se vio sorprendido
por una visita inesperada. Un vehículo al que no había escuchado
llegar se había parado para socorrerle.
-Buenos días, ¿necesita ayuda? -Le dijo el joven que tenía detrás.
-Hola buenos días, gracias por parar. No soy capaz de aflojar las
tuercas. -Respondió una vez hubo reaccionado, pues no le había
visto ni oído hasta entonces.
-A
ver, déjeme intentarlo. -El muchacho aflojó
las tuercas y elevó el gato con suma facilidad. - ¿Puede usted
seguir solo? Tengo un poco de prisa.
-Sí, sí, muchas gracias. Buen viaje.
-No
hay de qué caballero, ha sido fácil. Que tenga un buen día.
Se
estrecharon la mano, a modo de despedida. Pedro se quedó montando la
rueda, a la vez que pensaba que todavía quedaban buenas personas en
este mundo. Esta vez sí que sintió cómo otro vehículo paraba
junto al suyo. Era un cuatro por cuatro verde y blanco que portaba un
bonito juego de luces azules en el techo. De su interior bajó un
agente mientras otro se quedaba al volante.
-Buenos días. -Dijo, mientras saludaba con la mano derecha en la
sien al estilo militar.
-Buenos días. -Respondió Pedro.
-¿Algún problema caballero?
-Bueno, un pinchazo, pero gracias a un joven que ha parado antes ya
está solucionado. Gracias agente.
-Señor, ¿sabe usted que ante cualquier contingencia de este tipo
hay que señalizar la zona y ponerse chaleco refractante?
-¡Uy! Lo siento, no estoy acostumbrado a estas cosas.
-Lo
imagino, no creo que nadie se acostumbre a quedarse averiado en la
carretera, son cosas muy puntuales. Y el que lo siente soy yo, pero
tengo que denunciarle por ello.
-Lo
comprendo, está usted cumpliendo con su trabajo.
La
respuesta de Pedro sorprendió al guardia, no era lógico que los
denunciados tuvieran ese comportamiento. Unos intentan convencer al
agente para que no les ponga la denuncia y otros se exaltan.
-Necesito su documentación y la del vehículo.
-Un
momento, la tengo dentro. -Dijo Pedro mientras abría la puerta del
coche para coger su carné y los papeles. -¡Me cago en la leche! ¡Me
han robado!
Habían desaparecido un maletín con el ordenador portátil y la
cartera, aunque tuvieron la
gentileza de dejar sobre el asiento las tarjetas de crédito y la
documentación de Pedro.
En
la cartera, según el mismo dijo, llevaba algo más de 500€. El
agente se sintió compadecido ante la desdichada situación y no
formuló la denuncia que tenía en mente. En cambio,
sí recabó toda la información posible sobre el robo
del que había sido víctima Pedro.
Mientras el joven tan amable ayudaba al desmontaje de la rueda, un
supuesto cómplice, al que el comercial no llegó a ver, había
procedido al desvalijo. Esta fue la conclusión a la que llegó el
agente.
Entre unas cosas y otras, Pedro llegó a Sevilla a las dos de la
tarde y con la idea clara de que había días que era mejor no
levantarse. Comió en un restaurante al que solía ir con
frecuencia y se desahogó contándole lo
sucedido al camarero. A quien conocía
desde hacía años.
Su
ruta en Andalucía siempre la emprendía por la sierra de Aracena. A
esas horas ya debería de estar allí, pero con todo
lo que había pasado se le había echado la hora encima,
motivo por el cual decidió pararse a comer en Sevilla y pasear un
rato por la ciudad, ya no podría ver a ningún cliente hasta la
mañana siguiente.
A
las siete de la tarde ya se encontraba en el pueblo de Aracena, en su
hotel habitual. Luego cenó tapeando, en el mismo bar donde a la
mañana siguiente hubiese preferido no estar a la hora del desayuno.
Aquella noche pasó sin más sobresaltos. Se levantó sobre las ocho
de la mañana y después de un café en la misma cafetería del hotel
fue a visitar al primer cliente, un mayorista de alimentación,
también propietario de un pequeño supermercado.
A
esa misma hora, muy cerca de allí, en una sucursal de una conocida
caja de ahorros, tenía lugar una conversación telefónica entre el
director de esta y su colega de un banco. A los pocos minutos el
director del banco se personaba en la caja con la documentación
pertinente y su acreditación personal, para formalizar un préstamo
entre entidades, algo muy común. Un muy buen cliente necesitaba
retirar una suma bastante importante y en el banco no había efectivo
suficiente para satisfacer la totalidad de la suma, a esas horas de
la mañana,
necesitaba 12500 €. Entre bromas y risas se llevó a cabo la
transacción. Mientras, la
interventora hacía las operaciones necesarias para
llevar la operación a buen puerto, los directores
se fueron a hacer eso tan frecuente en ellos, tomar café en un bar
cercano. En la misma barra, en ese instante, justo al lado de ellos
apareció Pedro, preguntando a un camarero por Manuel, el gerente del
local, un buen cliente. En ese momento se encontraba ausente, por lo
que no quiso aceptar el café que el camarero le ofreció.
-No
gracias Joaquín, luego me paso, voy mientras a ver a otros clientes.
-Dijo agradeciendo la invitación y despidiéndose.
Los
directores de ambas sucursales se marcharon a la vez que Pedro.
Habían pasado más de dos horas de aquello, ya era casi mediodía,
cuando Pedro volvió a entrar en el bar y de nuevo habló con el
mismo camarero que antes le ofreciera el café.
Para entonces el supuesto director del banco, por el tiempo
transcurrido, podría estar ya a más de doscientos kilómetros del
lugar.
-Buenas Joaquín. ¿Qué ha pasado aquí?
-No
estoy muy seguro, la gente está hablando de algo de un atraco a la
caja de ahorros, pero no tengo ni idea de cómo ha sido.
-¿Qué movida, no?
-Sí, parece que están buscando a alguien.
-¿Ha llegado ya Manuel?
-Sí, está en la cocina, voy a decirle que estás aquí.
-Vale gracias, mientras iré un momento al baño.
En
ese intermedio en el que Pedro estaba en el aseo y Joaquín en la
cocina, una pareja de la guardia civil entró en el local y mientras
uno escrutaba a la clientela, el otro preguntaba a los camareros por
un hombre de mediana edad, trajeado, calvo de coronilla y poco más
de metro sesenta de estatura.
Media hora antes, esa era la descripción que tanto el director de la
caja como la interventora hacían a la guardia civil y, dato curioso,
coincidían en el color de la corbata, pero no en el del traje.
En
el bar uno de los guardias había preguntado a dos camareros, pero
con el revuelo que había ninguno de ellos había visto a nadie así.
Cuando preguntaron a Joaquín, en un principio, tampoco supo darles
explicación, pero después cayó en la cuenta de que la descripción
se asemejaba a Pedro.
-¡Coño! Puede ser Pedro el del champán. ¿Qué le ha pasado?
-¿Dónde está? -Preguntaron los guardias al unísono.
-En
el servicio, creo. -Respondió el camarero sorprendido.
Los
guardias, como salidos de una serie americana, hicieron los escasos
doce metros que había desde el comienzo de la barra, donde se
encontraban, hasta los baños, poco menos que atropellando a los
clientes que se interponían en su camino. Con gran insistencia
aporrearon la puerta del servicio de caballeros. Desde dentro, lo
lógico cuando llaman a la puerta de un aseo que está siendo usado.
-Está ocupado.
-¡Guardia civil! ¡Abra inmediatamente la puerta!
-Un momento.
La
puerta se abrió tímidamente y tras ella apareció Pedro, las manos
en alto, mojadas y el agua escurriéndole brazos abajo.
-Documentación por favor. -Le pidió uno de los guardias en un tono
menos educado que sus palabras. Mientras este comprobaba su
identidad, el otro le interrogaba sobre su paradero dos horas atrás.
-Tiene usted que acompañarnos caballero. -Le dijo el mismo agente
que había estado comprobando su documentación, ya en un tono más
sosegado.
Ni
en el mismo bar, ni ninguno de los
clientes que aún le quedaban por visitar en toda la sierra
volvieron a saber de Pedro, en bastante tiempo.
El
viajante pasó más de tres horas retenido en el cuartel de la
guardia civil, siendo interrogado y esperando a ser identificado por
los empleados de la caja de ahorros. Tanto la interventora como el
director coincidieron en la identificación.
Al
mes siguiente, Pedro volvió a su ruta de Andalucía, con ella a la
sierra y por supuesto a Aracena. Cuando entró al bar, Joaquín el
camarero le miró y dejó escapar una gran sonrisa, tendiéndole la
mano para saludarle, le dijo: -¡Coño! ¿Tú por aquí? Pensábamos
ir a visitarte a la cárcel. ¿Ya te han soltado?
-¡Calla joder, no me lo recuerdes ni en broma!
Manuel el gerente, también fue a saludarle. Le estrechó
la mano y a la vez le preguntó: -¿Qué pasa que en la
cárcel te compran más que nosotros? - A la vez que una gran
carcajada pareció haberle salido del alma.
-Parad de bromas, por favor, dejaros de cachondeo que no lo he pasado
tan mal en mi vida.
-¿Qué fue lo que pasó? No te volvimos a ver. -Preguntó Manuel una
vez que fue capaz de guardar
la compostura, tras sus risotadas.
-Pues que por la descripción que habían dado en la caja del ladrón
me confundieron con él. -La risa volvió al gerente, quien contagió
al camarero.
-Sí, sí, reíros, pero yo me fui del pueblo echando leches.
-Pues nosotros, al no saber nada más de ti, pensamos que habías
sido tú de verdad. -Intervino Joaquín.
-Lo
cierto es que aparte del mal trago que pasé, no me puedo quejar del
trato. En el cuartel me trataron bastante bien, creo que la guardia
civil no sospechó en ningún momento de mí. Fran les dijo que a esa
hora estuve con él en el supermercado. Tuve que esperar a que
viniesen los de la caja, pero ya era algo meramente rutinario.
Después de hablar con los dos almacenistas a los que visité
mientras te esperaba a ti, ya tenían bastante claro que no podía
haber sido yo. Al fin y al cabo
de todo se aprende. Eso sí, cuando salí del cuartel no quise
saber nada más de este pueblo. No me paré a ver a ningún cliente
más. Así que fui al hotel, pagué la habitación, recogí
mis cosas y me fui a Sevilla. No llamé a nadie, pasé de todo por
completo, vamos que me cabreé con el pueblo.
-Bueno, con el pueblo, con nosotros no, ¿verdad? -Dijo Manuel en
tono jocoso.
-Sabéis que aquí tengo buenos amigos, como vosotros, a los que
aprecio.
-¡Hombre gracias! Antes has dicho que de todo se aprende, ¿qué
has aprendido tú de todo esto? -Preguntó Joaquín.
-Pues hombre, algo muy sencillo y que si no me hubiese pasado esto,
nunca hubiera
imaginado.
No sé si os habréis dado cuenta, pero antes de entrar en el pueblo,
instintivamente me he parado para cambiar mi aspecto. En vuestro
pueblo, llevar chaqueta y corbata puede ser muy peligroso. Eso es lo
que he aprendido.
FIN
JJ Guerra.
Reservados los derechos del autor.