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sábado, 29 de septiembre de 2012

UN DÍA EN EL LUGAR EQUIVOCADO. (Relato corto)


Este relato está basado en un hecho real, ocurrido hace unos años en Aracena, mi pueblo, y del que fui testigo directo, de ahí que aparezca un camarero llamado Joaquín. La trama final es lo que en realidad ocurrió, sin embargo el principio es completamente ficticio, así como el nombre del protagonista principal.


                                        UN DÍA EN EL LUGAR EQUIVOCADO.



Podría haber sido un día más, pero no, no iba a ser así. Aquella mañana ya había comenzado siendo especial. Reunión con el jefe precisamente el único día del año que no sonó el maldito despertador. Llegó tarde a la única cita, en cinco años trabajando para la empresa. La excusa del atasco de tráfico pareció haber tenido éxito, sobre todo teniendo en cuenta que realizó la llamada, desde el coche, justo en el momento en que pasaba cerca del ayuntamiento donde una pitina ensordecedora recibía a una pareja de recién casados. El sonido de las bocinas de los asistentes a la boda, le dio el crédito suficiente a su historia.
Cuando acabó aquella dichosa reunión en la que su jefe le pedía una mayor productividad, se fue a su casa, a preparar el equipaje y lo necesario para el viaje que tenía que emprender. Hacía varios años que ejercía de vendedor para una importante firma que comercializa vinos y cavas. Curioso, vinos y cavas y con sede en Madrid. -En fin, así está el mundo. -Esa era su respuesta preferida cuando le preguntaban por la curiosidad del caso.
Pasaría alrededor de quince días, intentando sembrar con sus caldos buena parte de Andalucía. Sus clientes eran sobre todo mayoristas y grandes supermercados, aunque también algunos bares y restaurantes de cierto prestigio y con elevado consumo.
A Pedro le encantaba trabajar en el territorio andaluz, se sentía como en casa. Tenía sus puntos fijos desde siempre, hoteles y restaurantes donde dormir y comer, y en los que era tratado más que como cliente, como amigo.
Claro que tal y como había comenzado la mañana salió bastante más tarde de lo habitual, y como es normal, cuando las cosas empiezan a torcerse desde tempranito, no hay vuelta de hoja, el día completo va de cabeza, todo se complica sin explicación aparente.
Antes de llegar al km 50 de la autovía de Andalucía comenzó a notar cómo su vehículo se le iba a la derecha, nada que ver con sus ideologías. Al principio el volante le tiraba levemente, pero poco a poco aquello se agudizó cada vez más, de tal modo que tuvo que apartarse de la vía al arcén y bajar del coche para comprobar que tenía un pinchazo en el neumático trasero izquierdo.
Buscó en el interior del coche todo lo necesario para cambiar la rueda y, cuando lo tuvo dispuesto, se puso manos a la obra. O las tuercas estaban muy, muy apretadas, o su fuerza había disminuido ostensiblemente en los últimos años.
Se hallaba ensimismado en ese dilema interno, cuando se vio sorprendido por una visita inesperada. Un vehículo al que no había escuchado llegar se había parado para socorrerle.

-Buenos días, ¿necesita ayuda? -Le dijo el joven que tenía detrás.
-Hola buenos días, gracias por parar. No soy capaz de aflojar las tuercas. -Respondió una vez hubo reaccionado, pues no le había visto ni oído hasta entonces.
-A ver, déjeme intentarlo. -El muchacho aflojó las tuercas y elevó el gato con suma facilidad. - ¿Puede usted seguir solo? Tengo un poco de prisa.
-Sí, sí, muchas gracias. Buen viaje.
-No hay de qué caballero, ha sido fácil. Que tenga un buen día.

Se estrecharon la mano, a modo de despedida. Pedro se quedó montando la rueda, a la vez que pensaba que todavía quedaban buenas personas en este mundo. Esta vez sí que sintió cómo otro vehículo paraba junto al suyo. Era un cuatro por cuatro verde y blanco que portaba un bonito juego de luces azules en el techo. De su interior bajó un agente mientras otro se quedaba al volante.

-Buenos días. -Dijo, mientras saludaba con la mano derecha en la sien al estilo militar.
-Buenos días. -Respondió Pedro.
-¿Algún problema caballero?
-Bueno, un pinchazo, pero gracias a un joven que ha parado antes ya está solucionado. Gracias agente.
-Señor, ¿sabe usted que ante cualquier contingencia de este tipo hay que señalizar la zona y ponerse chaleco refractante?
-¡Uy! Lo siento, no estoy acostumbrado a estas cosas.
-Lo imagino, no creo que nadie se acostumbre a quedarse averiado en la carretera, son cosas muy puntuales. Y el que lo siente soy yo, pero tengo que denunciarle por ello.
-Lo comprendo, está usted cumpliendo con su trabajo.

La respuesta de Pedro sorprendió al guardia, no era lógico que los denunciados tuvieran ese comportamiento. Unos intentan convencer al agente para que no les ponga la denuncia y otros se exaltan.

-Necesito su documentación y la del vehículo.
-Un momento, la tengo dentro. -Dijo Pedro mientras abría la puerta del coche para coger su carné y los papeles. -¡Me cago en la leche! ¡Me han robado!

Habían desaparecido un maletín con el ordenador portátil y la cartera, aunque tuvieron la gentileza de dejar sobre el asiento las tarjetas de crédito y la documentación de Pedro.
En la cartera, según el mismo dijo, llevaba algo más de 500€. El agente se sintió compadecido ante la desdichada situación y no formuló la denuncia que tenía en mente. En cambio, sí recabó toda la información posible sobre el robo del que había sido víctima Pedro. Mientras el joven tan amable ayudaba al desmontaje de la rueda, un supuesto cómplice, al que el comercial no llegó a ver, había procedido al desvalijo. Esta fue la conclusión a la que llegó el agente.
Entre unas cosas y otras, Pedro llegó a Sevilla a las dos de la tarde y con la idea clara de que había días que era mejor no levantarse. Comió en un restaurante al que solía ir con frecuencia y se desahogó contándole lo sucedido al camarero. A quien conocía desde hacía años.
Su ruta en Andalucía siempre la emprendía por la sierra de Aracena. A esas horas ya debería de estar allí, pero con todo lo que había pasado se le había echado la hora encima, motivo por el cual decidió pararse a comer en Sevilla y pasear un rato por la ciudad, ya no podría ver a ningún cliente hasta la mañana siguiente.
A las siete de la tarde ya se encontraba en el pueblo de Aracena, en su hotel habitual. Luego cenó tapeando, en el mismo bar donde a la mañana siguiente hubiese preferido no estar a la hora del desayuno. Aquella noche pasó sin más sobresaltos. Se levantó sobre las ocho de la mañana y después de un café en la misma cafetería del hotel fue a visitar al primer cliente, un mayorista de alimentación, también propietario de un pequeño supermercado.
A esa misma hora, muy cerca de allí, en una sucursal de una conocida caja de ahorros, tenía lugar una conversación telefónica entre el director de esta y su colega de un banco. A los pocos minutos el director del banco se personaba en la caja con la documentación pertinente y su acreditación personal, para formalizar un préstamo entre entidades, algo muy común. Un muy buen cliente necesitaba retirar una suma bastante importante y en el banco no había efectivo suficiente para satisfacer la totalidad de la suma, a esas horas de la mañana, necesitaba 12500 €. Entre bromas y risas se llevó a cabo la transacción. Mientras, la interventora hacía las operaciones necesarias para llevar la operación a buen puerto, los directores se fueron a hacer eso tan frecuente en ellos, tomar café en un bar cercano. En la misma barra, en ese instante, justo al lado de ellos apareció Pedro, preguntando a un camarero por Manuel, el gerente del local, un buen cliente. En ese momento se encontraba ausente, por lo que no quiso aceptar el café que el camarero le ofreció.

-No gracias Joaquín, luego me paso, voy mientras a ver a otros clientes. -Dijo agradeciendo la invitación y despidiéndose.

Los directores de ambas sucursales se marcharon a la vez que Pedro. Habían pasado más de dos horas de aquello, ya era casi mediodía, cuando Pedro volvió a entrar en el bar y de nuevo habló con el mismo camarero que antes le ofreciera el café.
Para entonces el supuesto director del banco, por el tiempo transcurrido, podría estar ya a más de doscientos kilómetros del lugar.
-Buenas Joaquín. ¿Qué ha pasado aquí?
-No estoy muy seguro, la gente está hablando de algo de un atraco a la caja de ahorros, pero no tengo ni idea de cómo ha sido.
-¿Qué movida, no?
-Sí, parece que están buscando a alguien.
-¿Ha llegado ya Manuel?
-Sí, está en la cocina, voy a decirle que estás aquí.
-Vale gracias, mientras iré un momento al baño.

En ese intermedio en el que Pedro estaba en el aseo y Joaquín en la cocina, una pareja de la guardia civil entró en el local y mientras uno escrutaba a la clientela, el otro preguntaba a los camareros por un hombre de mediana edad, trajeado, calvo de coronilla y poco más de metro sesenta de estatura.
Media hora antes, esa era la descripción que tanto el director de la caja como la interventora hacían a la guardia civil y, dato curioso, coincidían en el color de la corbata, pero no en el del traje.
En el bar uno de los guardias había preguntado a dos camareros, pero con el revuelo que había ninguno de ellos había visto a nadie así.
Cuando preguntaron a Joaquín, en un principio, tampoco supo darles explicación, pero después cayó en la cuenta de que la descripción se asemejaba a Pedro.

-¡Coño! Puede ser Pedro el del champán. ¿Qué le ha pasado?
-¿Dónde está? -Preguntaron los guardias al unísono.
-En el servicio, creo. -Respondió el camarero sorprendido.

Los guardias, como salidos de una serie americana, hicieron los escasos doce metros que había desde el comienzo de la barra, donde se encontraban, hasta los baños, poco menos que atropellando a los clientes que se interponían en su camino. Con gran insistencia aporrearon la puerta del servicio de caballeros. Desde dentro, lo lógico cuando llaman a la puerta de un aseo que está siendo usado.

-Está ocupado.
-¡Guardia civil! ¡Abra inmediatamente la puerta!
-Un momento.
-¡Que abra la puerta le digo! ¡Abra ya! ¡Y salga con las manos en alto!

La puerta se abrió tímidamente y tras ella apareció Pedro, las manos en alto, mojadas y el agua escurriéndole brazos abajo.
-Documentación por favor. -Le pidió uno de los guardias en un tono menos educado que sus palabras. Mientras este comprobaba su identidad, el otro le interrogaba sobre su paradero dos horas atrás.
-Tiene usted que acompañarnos caballero. -Le dijo el mismo agente que había estado comprobando su documentación, ya en un tono más sosegado.

Ni en el mismo bar, ni ninguno de los clientes que aún le quedaban por visitar en toda la sierra volvieron a saber de Pedro, en bastante tiempo.
El viajante pasó más de tres horas retenido en el cuartel de la guardia civil, siendo interrogado y esperando a ser identificado por los empleados de la caja de ahorros. Tanto la interventora como el director coincidieron en la identificación.
Al mes siguiente, Pedro volvió a su ruta de Andalucía, con ella a la sierra y por supuesto a Aracena. Cuando entró al bar, Joaquín el camarero le miró y dejó escapar una gran sonrisa, tendiéndole la mano para saludarle, le dijo: -¡Coño! ¿Tú por aquí? Pensábamos ir a visitarte a la cárcel. ¿Ya te han soltado?
-¡Calla joder, no me lo recuerdes ni en broma!

Manuel el gerente, también fue a saludarle. Le estrechó la mano y a la vez le preguntó: -¿Qué pasa que en la cárcel te compran más que nosotros? - A la vez que una gran carcajada pareció haberle salido del alma.
-Parad de bromas, por favor, dejaros de cachondeo que no lo he pasado tan mal en mi vida.
-¿Qué fue lo que pasó? No te volvimos a ver. -Preguntó Manuel una vez que fue capaz de guardar la compostura, tras sus risotadas.
-Pues que por la descripción que habían dado en la caja del ladrón me confundieron con él. -La risa volvió al gerente, quien contagió al camarero.
-Sí, sí, reíros, pero yo me fui del pueblo echando leches.
-Pues nosotros, al no saber nada más de ti, pensamos que habías sido tú de verdad. -Intervino Joaquín.
-Lo cierto es que aparte del mal trago que pasé, no me puedo quejar del trato. En el cuartel me trataron bastante bien, creo que la guardia civil no sospechó en ningún momento de mí. Fran les dijo que a esa hora estuve con él en el supermercado. Tuve que esperar a que viniesen los de la caja, pero ya era algo meramente rutinario. Después de hablar con los dos almacenistas a los que visité mientras te esperaba a ti, ya tenían bastante claro que no podía haber sido yo. Al fin y al cabo de todo se aprende. Eso sí, cuando salí del cuartel no quise saber nada más de este pueblo. No me paré a ver a ningún cliente más. Así que fui al hotel, pagué la habitación, recogí mis cosas y me fui a Sevilla. No llamé a nadie, pasé de todo por completo, vamos que me cabreé con el pueblo.

-Bueno, con el pueblo, con nosotros no, ¿verdad? -Dijo Manuel en tono jocoso.
-Sabéis que aquí tengo buenos amigos, como vosotros, a los que aprecio.
-¡Hombre gracias! Antes has dicho que de todo se aprende, ¿qué has aprendido tú de todo esto? -Preguntó Joaquín.
-Pues hombre, algo muy sencillo y que si no me hubiese pasado esto, nunca hubiera
imaginado. No sé si os habréis dado cuenta, pero antes de entrar en el pueblo, instintivamente me he parado para cambiar mi aspecto. En vuestro pueblo, llevar chaqueta y corbata puede ser muy peligroso. Eso es lo que he aprendido.
FIN
JJ Guerra.






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