PEQUEÑA CAMINATA NOCTURNA
Caminando
despacio con el paso abierto y las manos en los bolsillos a Paolo
le agrada contemplar la ciudad dormida bajo la luz amarillenta del
inmóvil desfile de farolas que, en un absurdo intento de apagar al
fulminante resplandor de la luna, iluminan celosamente sus
respectivos trozos de asfalto y aceras.
A
través de ese bosque de luz artificial, Paolo intenta imaginar que
pasea por un lugar desconocido lleno de misterios. Y trata de no
pensar y dejar que su cuerpo avance lentamente al compás de su
corazón mientras observa detenidamente todas las imágenes que le
vienen al paso, como si un rezagado espectador, una vez acabada la
función, se quedase mirando, tras el oscuro telón de la noche, las
escenas desnudas de un escenario aparentemente vacío.
En
un primer plano, el sueño de un niño sale volando por la pequeña
abertura de una ventana de un primer piso. Debajo, en el portal de
rejas plateadas el tiempo se detiene junto a una joven pareja que se
deshace en besos y abrazos hasta desaparecer en la sombra.
Más
adelante, asomado a su balcón, un hombre de barba rizada y sombrero
de paja se fuma un puro y con ojos de lechuza persigue las huellas
que van dejando en el aire un tropel de musarañas cubiertas de humo.
Y
es entonces cuando al doblar la esquina de pronto se hace de día y Paolo
descubre asombrado que en lugar de espectador él era el
protagonista. Era el niño que soñaba, el joven que besaba, el señor
que se fumaba el puro en su balcón…
Había
estado paseando por el escenario de su propia vida mientras la veloz
ambulancia le llevaba en su último viaje hacia el hospital…
DESMADRE. (Microrelato)
-Entonces es martes, seguro, por lógica, porque si no recuerdo mal, el día “D” era domingo, aunque no sé las horas que hemos dormido después de la cogorza que cogimos. Fue monumental, lo que mejor recuerdo es cuando le dijiste al policía que cuanto le debías por la carrera al bajarnos del coche, y que un momento antes se tuvo que meter en la fuente para sacarte. Pero no recuerdo nada de lo que hice yo.
-Pues justo a continuación de sacarme de la fuente, te measte encima de su compañero, por eso estamos aquí.
JJ Guerra.
DEMENCIA: (Microrelato)
-Por cierto, ¿hoy es domingo?
Nunca me acuerdo de qué día es, esta vida tan monótona me está matando. Esto…
Te iba a decir algo, pero ahora no me acuerdo.
Por cierto, ¿hoy es domingo?
¿Has visto que guapa es esa muchacha nueva? ¿De qué te estaba hablando? ¿Mueves tú o yo?
Por cierto, ¿hoy es domingo? Los domingos viene mi hijo a verme.
JJ Guerra.
EL PASILLO. (Relato corto)
Desde que entré tuve una extraña sensación que no supe intuir. Sólo vi un largo y angosto pasillo. Decorado con un par de plantas que en su vida habían sido bañadas por la luz del sol, y jamás serán regadas por otra cosa que no sea un limpiacristales o similar que lo único que haga sea quitarle el polvo y abrillantar sus hojas. La decoración era rematada por tres cuadros, de tamaño pequeño para el lienzo de pared que intentaban adornar, y que a mi profano entender le es complicado decidir si es peor el gusto o la calidad del contenido. Creo que los marcos y sus cristales podrían haber sido mejor aprovechados, infinitamente mejor. Del color de pared poco que decir, blanco sucio.
Varios apliques eran los encargados de la iluminación, cuando los rayos del sol se cansaban de alumbrar el corredor a través de aquella ventana de aluminio lacado que malintentaba imitar a la madera.
Por fin llegué a mi destino, habitación 103, abrí la puerta sin hacer ruido. Parecía que me esperaba, me inyectó su mirada de tal forma que me desnudó el alma.
-Cuánto tiempo, ¿verdad?- Me dijo, sin apartar su fría mirada de mis ojos.
-Sí, hace mucho, lo siento-. Respondí sin bajar la mirada, que por otra parte era lo que me pedía mi vergüenza.
-Pues no lo sientas tanto y empieza con las explicaciones-. Me propuso con tono incriminatorio.
-No tengo por qué darte ninguna explicación. Simplemente no he podido venir antes-. Le dije sin creérmelo ni yo.
-¿No tienes explicaciones? Seguro que te pasas los días con alguna guarra mientras me tienes aquí abandonada y encerrada-. Su tono se iba haciendo por momentos cada vez más acusatorio.
-No, no tengo a nadie, cada vez que vengo me sales siempre con lo mismo-. Le dije, ésta vez sí, apartando la mirada.
-Sabes demás que aunque me tengas aquí encerrada, a mí no me engañas-. Ya no sólo era el tono, el volumen también subía considerablemente.
-Si continúas en este plan me voy, sabes que no soporto que me hables así-. Le dije rotundamente. Su compañera de habitación no nos apartaba la vista.
-No te enfades conmigo hijo-. Respondió bajando tono y volumen.
De nuevo aquella sensación, pero en esta ocasión acompañada de tal angustia que me faltaba el aire y se me aceleró el pulso. Sin pararme a pensar en más, salí corriendo de aquella habitación. –Maldita estrechez de pasillo-. Pensé en voz alta, al tropezar con el primer tiesto; en mi carrera no pude evitar derribar con el hombro uno de los cuadros, pisoteándolo y arrollándolo llegué a la segunda planta de plástico, no pude aguantar más y ésta sirvió de improvisado recipiente a mis vómitos. Con el cristal roto y marco destartalado, a mis pies aquella pintura y su firma, Picasso año 2007.
No me podía quitar de la cabeza aquella imagen, los ojos y el rostro con gesto desencajado de la compañera de habitación. –Lo ha vuelto a hacer, mi madre, lo ha vuelto a hacer-.
JJ Guerra
TÉCNICAS PARA LIGAR. (Microrelato)
¡Bicho gafoso de mierda! pensé mientras le veía cómo la miraba y cómo ella le devolvía la mirada, la envidia me corroía pero… ¿cómo demonios una cosa como esa puede tener tanto éxito entre las mujeres? ¡Joder que siempre se lleva a las mejores!
Pensándolo fríamente, la envidia no es tal, sino admiración. Tengo que hacer algo porque cada vez que voy con él siempre acaba acaparándolas a todas.
Estoy decidido, de hoy no pasa, hecho está y por fin llega el momento, entramos a la discoteca y yo con mis gafas nuevas.
JJ Guerra.
Pensándolo fríamente, la envidia no es tal, sino admiración. Tengo que hacer algo porque cada vez que voy con él siempre acaba acaparándolas a todas.
Estoy decidido, de hoy no pasa, hecho está y por fin llega el momento, entramos a la discoteca y yo con mis gafas nuevas.
Lo mejor sería ir a por el destornillador, pensó Sebastián después de ser consciente de lo que pasaba. Una vez localizada la avería, había que desmontar la carcasa para poder acceder al interior del aparato, se desplazó hasta su vehículo y cogió la caja de herramientas, “¡joder como pesa la puñetera!”.
No encontró lo que buscaba; de nuevo un lapso en su memoria, le pasaba a menudo durante su trabajo. Cuando volvió en sí, de nuevo como siempre, el maldito destornillador en su mano, ensangrentado, a sus pies yacía una vez más un nuevo cliente.
JJ Guerra.
DESTINO DE UNA
ESTACIÓN. (Relato corto)
Cuando don
Rafael bajó en aquella estación, toda su vida, todo su pasado tomó
al asalto su memoria. Tan ensimismado se encontraba, tanto y de tal
manera se vio envuelto en aquel pasado, que había tenido aparcado en
su memoria durante los últimos veinte años, que olvidó para qué
había bajado.
Absorto en sus
pensamientos, recordó que necesitaba mojarse los labios y
titubeante, como sonámbulo, entró en la cantina. Se acercó a la
barra, pidió una botella de agua y se volvió con ella en la mano.
El camarero le
llamó la atención: -Oiga, que yo estoy aquí para ganar dinero,
¿sabe?
Don Rafael se
volvió sin entender nada y miró con asombro al hombre que se
encontraba detrás del mostrador interrogándole con la mirada y
encogiéndose de hombros.
-Que no me ha
pagado usted caballero. -Le espetó el cantinero al darse cuenta de
que aquel hombre estaba ausente, en otro mundo.
Se acercó de
nuevo, pagó y pidió disculpas. Una vez hubo recorrido toda esa
parte de su vida que le atormentaba, aquella llamada de teléfono
encontró un hueco en su memoria. Juan el albañil le había llamado
para informarle del hallazgo de aquellos documentos, de aquella
especie de testamento a modo de confesión, y a la vez para poner
precio a su silencio.
Cuando volvió
al andén, el tren ya formaba parte del pasado, se había ido
sin él, llevándose consigo su secreto. Su equipaje no le importaba,
pero en la cartera de piel marrón viajaban los documentos que horas
antes le entregase Juan, el ya difunto albañil.
Esto le
inquietaba bastante, temía que en cualquier momento pudiese salir a
la luz lo que, años atrás, había acontecido en su tranquilo
pueblo: uno de los hechos más escabrosos que jamás hubieren
sucedido en Andalucía. Y lo peor de todo era que aquel maletín
contenía información suficiente para demostrar su implicación y
culpabilidad en aquellos hechos.
Volvió
a la cantina y ocupó la mesa más apartada, la que parecía colocada
allí para ahorrarse la limpieza del rincón. Apartado y aparcado
estuvo más de una hora ignorando por completo las advertencias del
camarero para que tomase algo. Por fin volvió en sí y fue él quien
se acercó a la barra a pedir un café, bolígrafo y papel y estuvo
garabateando un buen rato. Después de darse por satisfecho con lo
escrito y sin apurar el café ya frío, devolvió bolígrafo y
cuaderno prestados. -Le he arrancado un par de hojas, espero que no
le importe.
-Gracias,
¿Sabe a qué hora pasa el próximo tren hacia la capital?
-Dentro
de una hora más o menos.
-De
acuerdo, gracias. Daré un paseo mientras.
De
vuelta en el andén, ya con las ideas claras. Comenzó a caminar
tranquilo, paseando, adentrándose en las vías hasta casi perder de
vista aquella pequeña estación de esa aldea perdida en mitad de
ninguna parte, sin posibilidad alguna de recuperar su tesoro.
A
la par que se aproximaba a una curva cerrada, en la cantina
descubrían que sobre la mesa del rincón había olvidado dos hojas
manuscritas con lo que parecía una confesión.
El
que otrora hubiese sido médico de su pueblo, se confesaba ser
cómplice y mano ejecutora de las sucesivas muertes de varios
ancianos hacendados, en complot con el entonces y ya difunto alcalde
y el notario del pueblo. Fue en la casa de este último y tras su
fallecimiento donde Juan el albañil encontró los documentos
falseados de los testamentos de los ancianos.
Cuando
el camarero llegó al punto en el que don Rafael confesaba también
haber inyectado una dosis letal de morfina al albañil, el tren que
se acercaba a la curva hizo lo que don Rafael esperaba.
JJ
Guerra.
Pequeña caminata es un relato soprendente. Enhorabuena.
ResponderEliminarun fuerte saludo
fus
Pequeña caminata... Me encanto!!!! Realmente un final sorprendente... Precioso
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