Como todos los años, alrededor de las fiestas navideñas y sobre todo del fin de año, como recopilatorio y recordatorio de lo que el año nos deparó, las distintas cadenas televisivas se encargan de hacernos unos montajes que nos devuelven a la memoria los hechos más notables, las curiosidades, escenas cómicas, deportivas, etc... de lo que ha pasado durante el año.
Como siempre por estas fechas vuelven a mi memoria muchas cosas del pasado, de mi infancia, de mi adolescencia y hasta de hace unos años. Recuerdo como se vivía la navidad en mi casa, cuando yo era pequeño, con mis padres y mis abuelos maternos que vivían con nosotros. A la temprana edad de 7 años recuerdo que probé por primera vez el anís, fue, cómo no, en unas navidades, me lo dio a probar mi abuelo Joaquín, mezclado con un poco de agua. Es curioso, cuando doblaba esa edad, a los 14 lo aborrecí de una borrachera y ahora a punto de cumplir mis 46, me siguen dando un asco terrible las bebidas anisadas.
Cómo cambian las cosas, en aquella época era normal dar a los niños a probar de vez en cuando bebidas alcohólicas, cosa ahora casi impensable en nuestra cultura, yo soy el primero, claro, jamás se me hubiese ocurrido darle a mis hijos nada de alcohol, sin embargo yo por aquella época ya había probado el vino blanco de mesa, la cerveza y como no el vino de quina del que decían que abría el apetito.
No puedo evitar las comparaciones de una y otra época, porque me ha tocado vivir las dos, la primera como niño e hijo de unos padres, que con lo que había luchaban por darnos lo mejor dentro de sus posibilidades. La segunda como adulto y padre de otra época, cargada de tecnología y donde creo que tendemos a un sobreproteccionismo de nuestros hijos, que los lleva a estar muy adelantados en unas cosas, pero a no madurar en otras. Hemos pasado de ser hijos a padres casi sin darnos cuenta y de una sociedad decadente, en ligero ascenso a otra en la que durante unos años les hemos dado todo lo que han querido. Hemos intentado darles lo que nosotros no tuvimos y hemos cambiado el respeto de antaño por un coleguismo que no es lógico entre padre e hijo. Nos hemos saltado el paso de ser amigos, para ser directamente colegas.
Recuerdo los juguetes de aquella época, los que yo tenía claro, una colección de indios y vaqueros de plástico y un fuerte de madera, miniaturas de coches y estampas de futbolistas. La tecnología se la teníamos que aplicar nosotros moviendo manualmente a los indios y vaqueros y los coches e imitando toda clase de sonidos con la boca. Mis reyes frustrados durante un año y otro siempre eran el scalextric y el autocros. Aunque poco me duró aquella frustración, igual que la ilusión, a los siete años me enteré de quienes eran los reyes, quizá para que asimilase la noticia que me iban a dar, mi abuelo Joaquín me diese aquella copita de anís. También había juegos de época para jugar en la calle y para los que poco se necesitaba, para el trompo (peonza de madera) sólo hacía falta él mismo y una cuerda, las canicas (bolas en mi pueblo), el clavo sólo necesitábamos eso, un clavo y un poco de tierra donde poder clavarlo, con una pelota había mil juegos diferentes a los que poder jugar y un sinfín de juegos para los que no hacía falta nada más que las ganas de jugar, compañeros de juego y la imaginación. Ahora sin embargo, si le quitas a un niño el móvil, la videoconsola y el ordenador, se acabó el niño, no saben qué hacer y se aburren. Se ha pasado de ser nómadas de la calle a un sedentarismo total.
Recuerdo que la muerte de Franco, para mí fue una fiesta doble, la primera porque nos mandaron a casa del colegio, la segunda porque mi padre lo celebró, eso sí de una forma poco alborotadora, aún no se sabía que podía pasar y el miedo todavía estaba instalado en los cuerpos de las personas que lo habían sufrido en primera persona.
Hay muchos recuerdos encerrados en nuestra mente, que sólo florecen en nuestra memoria en momentos determinados. Por ejemplo pocas veces vuelven a mi memoria mis abuelos, porque el recuerdo de los dos, es sólo el recuerdo de niño que puedo tener de ellos, puesto que ambos murieron siendo yo pequeño, a mi abuela materna la tengo más presente porque ella vivió hasta su último día en mi casa, yo ya tenía 22 años cuando falleció, pero a la madre de mi padre no la conocí, casi ni la conoció él, porque el óbito se produjo cuando mi padre contaba con seis años de edad. Bueno, me estoy desviando de lo que quería decir. Tenemos archivados esos recuerdos y de vez en cuando hacemos un click para abrirlos inconscientemente, eso es lo que me pasa a mí todos los años en estas fechas, siempre que veo un recopilatorio de esos de televisión, vuelven a mi memoria todos ellos, vuelven para hacerme recordar de dónde vengo y quién soy.
No con esto quiero decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, ni peor, simplemente son eso, nuestro pasado, una pequeña parte de nuestra vida, en la que no teníamos que enfrentarnos a problemas trascendentales y si los teníamos nos sentíamos arropados, protegidos por nuestros padres, creo que eso es lo único que no ha cambiado.
Recuerdos hay muchos, siempre los habrá y tendrán un hueco en nuestra memoria, para reconfortarnos transportándonos de vez en cuando a aquella infancia perdida. Esto sólo ha sido un pequeño recuerdo de mis recuerdos, en los que seguro que alguien más se verá reflejado. Ahora a esperar que pasados otros doce meses vuelvan a florecer como flores en primavera.
JJ Guerra.
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