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sábado, 29 de diciembre de 2012

EL PASILLO. Relato corto. JJ Guerra.

EL PASILLO. (Relato corto)


Desde que entré tuve una extraña sensación que no supe intuir. Sólo vi un largo y angosto pasillo. Decorado con un par de plantas que en su vida habían sido bañadas por la luz del sol, y jamás serán regadas por otra cosa que no sea un limpiacristales o similar que lo único que haga sea quitarle el polvo y abrillantar sus hojas. La decoración era rematada por tres cuadros, de tamaño pequeño para el lienzo de pared que intentaban adornar, y que a mi profano entender le es complicado decidir si es peor el gusto o la calidad del contenido. Creo que los marcos y sus cristales podrían haber sido mejor aprovechados, infinitamente mejor. Del color de pared poco que decir, blanco sucio. 

Varios apliques eran los encargados de la iluminación, cuando los rayos del sol se cansaban de alumbrar el corredor a través de aquella ventana de aluminio lacado que malintentaba imitar a la madera.

Por fin llegué a mi destino, habitación 103, abrí la puerta sin hacer ruido. Parecía que me esperaba, me inyectó su mirada de tal forma que me desnudó el alma. 

-Cuánto tiempo, ¿verdad?- Me dijo, sin apartar su fría mirada de mis ojos. 
-Sí, hace mucho, lo siento-. Respondí sin bajar la mirada, que por otra parte era lo que me pedía mi vergüenza.
-Pues no lo sientas tanto y empieza con las explicaciones-. Me propuso con tono incriminatorio.
-No tengo por qué darte ninguna explicación. Simplemente no he podido venir antes-. Le dije sin creérmelo ni yo.
-¿No tienes explicaciones? Seguro que te pasas los días con alguna guarra mientras me tienes aquí abandonada y encerrada-. Su tono se iba haciendo por momentos cada vez más acusatorio.
-No, no tengo a nadie, cada vez que vengo me sales siempre con lo mismo-. Le dije, ésta vez sí, apartando la mirada.
-Sabes demás que aunque me tengas aquí encerrada, a mí no me engañas-. Ya no sólo era el tono, el volumen también subía considerablemente.
-Si continúas en este plan me voy, sabes que no soporto que me hables así-. Le dije rotundamente. Su compañera de habitación no nos apartaba la vista.
-No te enfades conmigo hijo-. Respondió bajando tono y volumen.

De nuevo aquella sensación, pero en esta ocasión acompañada de tal angustia que me faltaba el aire y se me aceleró el pulso. Sin pararme a pensar en más, salí corriendo de aquella habitación. –Maldita estrechez de pasillo-. Pensé en voz alta, al tropezar con el primer tiesto; en mi carrera no pude evitar derribar con el hombro uno de los cuadros, pisoteándolo y arrollándolo llegué a la segunda planta de plástico, no pude aguantar más y ésta sirvió de improvisado recipiente a mis vómitos. Con el cristal roto y marco destartalado, a mis pies aquella pintura y su firma, Picasso año 2007. 
No me podía quitar de la cabeza aquella imagen, los ojos y el rostro con gesto desencajado de la compañera de habitación. –Lo ha vuelto a hacer, mi madre, lo ha vuelto a hacer-. 


JJ Guerra





4 comentarios:

  1. Uf JJ!... es demasiado para el cuerpo hijo. Qué angustia! He podido ver la secuencia contínua de ese martirio.
    Eres muy bueno, lo sabías?...

    Un abrazo
    Pepi

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    Respuestas
    1. Deberían humanizar más los dispositivos sanitarios, hospitales. Tu extraña sensación es de frialdad...y creo que muy extendido. Por eso la persona que trabaje cara al público debe de ser mínimo humana y recibir con una sonrisa. Es lo mínimo. Muy bonito todo lo que escribes JJ. Soy Isabel. La trabajadora social. Amiga y seguidora tuya. Gracias.

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    2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    3. Gracias Isabel, tú eres un ejemplo de humanidad. Si todo el mundo que trabaja cara al público fuese como tú, habría mucho camino andado para cambiar esta sociedad.
      Un beso amiga.

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