FLOR DE NAVIDAD
Era un 23 de diciembre, el otoño había sido cálido, pero el
invierno entró con fuerza y hacía un par de días que el frío se
dejaba notar. Un fuerte aguacero sorprendió a Carlos en medio de la
nada, en aquella maldita calle de la que no lograba salir,
una angosta mal llamada avenida, porque ni iba ni venía
a ninguna parte, y larga sí, pero su estrechez le daba aspecto de
callejuela. Apresuró su paso al verse sorprendido por la lluvia y
llegó al portal donde se cobijó mientras abría.
Se quitó las empapadas ropas y se dio una reconfortante ducha.
Mientras entraba en calor al lado de una mísera estufa, no podía
quitarse de la cabeza que se aproximaba la navidad. Un
año más el mismo dilema, ¿acertaría
con el regalo de su amada?
Carlos siempre estuvo económicamente al filo de la navaja y ese
año todo se había agudizado con la crisis. No tenía un trabajo
fijo, pero nunca le había faltado qué hacer para ganarse el
sustento. Aunque claro, su esperanza de boda, se iba posponiendo y
cada vez se parecía más a un sueño lejano. Él ya no era tan
joven, los treinta se reflejaban en su rostro, ahora más huesudo
que hacía unos años. Con aquellas entradas en la frente y su
cabello apuntando canas, aparentaba más edad. Desgarbado por
naturaleza y descuidado en su aspecto,
a veces temía que su novia se cansase de él y llegase a la
conclusión de que definitivamente no estaban hechos el uno para el
otro.
En su mente permanentemente estaba
presente mudarse de
aquel ridículo apartamento
y poder ofrecerle a Natividad una vivienda digna, algo que cada vez
veía más complicado. Aunque lo que más le preocupaba en aquel
momento, era si le gustaría su
sorpresa. Coincidían su aniversario, el santo de su amada y
el día de navidad. Eran tres fechas en una y sólo podía permitirse
un único regalo que debería ser grandioso.
Comió algo precocinado mientras veía las noticias. El calorcito
que le proporcionaba la estufa le sumergió en un sopor que no pudo
controlar y con la cabeza apoyada sobre la mesa, el sueño le venció.
Carlos sabía que a Natividad le encantaban
las flores. Desde que era muy pequeña, cuando iba a la casa de campo
de su tía, salía al jardín para coger margaritas silvestres de
todos los colores y hacer pequeños ramos para adornar el mini
jardín de su casa de muñecas. Aquella casita de madera fue el mejor
regalo de navidad que recibió durante su infancia. Su abuelo
Sebastián la hizo con sus propias manos, un año antes de irse al
cielo con su abuela Catalina a la que ella nunca llegó a conocer.
Aún la conservaba intacta y después de tantos años, a veces, se
quedaba mirándola ilusionada, imaginando colocarla en su lugar
definitivo, cuando por fin encontrase esa casa especial que anhelaba
fuese su hogar.
Debido a esa pasión por las flores de su
amada, Carlos se embarcó en la aventura de comprar unas semillas
de una planta, que prometían
mágica, a través de internet. Era algo que rozaba lo sobrenatural y
que nadie más lograría tener en Europa. Pero aquel que pensaba
podía haber sido un fabuloso regalo, le decepcionó. En la maceta en
la que sembró las semillas, solamente había nacido una minúscula
mata sin mostrar signo alguno de flor.
Mientras se iba sumergiendo cada vez más en un
profundo sueño, la televisión seguía su recorrido por la
actualidad y en la mente del soñador las noticias se entremezclaban
con sus deseos. En algún lugar de Asia, narraba el locutor,
ese mismo año volvería a
florecer la flor de Jesús, llamada así porque, según las más
recientes investigaciones, la última vez que floreció fue cuando
nació el Salvador. En su sueño, Carlos fantaseó con que aquella
planta era la que en su tiesto no acababa de brotar y de pronto la
vio transformarse en una enorme flor que se abría en todo su
esplendor. Era muy hermosa, como una gran amapola roja y desprendía
un perfume tan especial que estaba
convencido de que su amada al
verla caería rendida a sus pies.
No sintió nada, no había dolor, sólo aquella
extraña y a la vez reconfortante sensación de no querer despertar,
de dejarse llevar atrapado por el sueño y abandonar su cuerpo,
hasta elevar su alma mucho más allá de esta simple vida terrenal.
Y nada le hizo despertar, ni el estruendo de
sirenas, ni el ajetreo de la gente en la entrada del hospital, ni
siquiera el médico cuando le decía a Natividad: -Debido a una mala
combustión en la estufa de gas, su novio tiene una severa
intoxicación por dióxido de carbono, aún no sabemos cómo
le habrá podido afectar a nivel
cerebral.
Pasaron más de treinta horas hasta que
Carlos volvió a abrir los ojos, aún estaba en el hospital y ya era
navidad. Junto a la cabecera de su cama su adorada Natividad, le
besó en la frente deseándole una feliz navidad. Él casi sin poder
hablar la felicitó y se disculpó porque el día de su aniversario y
de su santo se viesen envueltos
en esa situación. A ella, sin embargo, lo único que le
importaba era que él hubiese salvado su vida. Jamás había estado
tan cerca de perderle y hasta aquel momento no se había dado cuenta
de cuanto le amaba. Aunque siempre
había dudado de que Carlos fuese el príncipe azul de
sus sueños, ahora todo eso le daba igual. Se sentía feliz sólo
porque él vivía,
porque estaba allí junto a ella y en sus ojos brillaba esa mirada
enamorada que nunca antes le pareció tan profunda.
Con dificultad, Carlos se incorporó en la cama y como una luz
cegadora le vino a la mente todo su sueño y
tuvo una corazonada. Fue entonces cuando le rogó a su novia
que le hiciese el favor de ir a su casa para recoger el regalo que
tenía allí para ella. Aunque
hasta el momento no había conseguido el resultado deseado, Carlos
había mimado a aquella planta casi como si se tratase de su propia
amada. Era tanto el cariño que había depositado en ella, tantos los
cuidados, que de repente presintió que cuando estuviese por fin en
sus manos ocurriría el milagro.
Su novia le dijo que en ese
momento los regalos no tenían importancia, el hecho de que Carlos
hubiese sobrevivido a aquel incidente era para
ella el mejor de los regalos. Sin embargo, fue tan grande la
insistencia de su novio que no pudo evitar complacerle. Tras
coger su abrigo y comprobar que tenía una copia de las
llaves, se dirigió
hacia aquel desolado barrio. Después
de varios días de lluvia, un luminoso sol se abría paso en
la mañana descorriendo la cortina de nubes.
Natividad siempre había estado esperando una señal para decidirse
de una vez a compartir su vida con Carlos. Aunque en el fondo él
creía que era su situación económica lo que la frenaba, ella
siempre le había dicho que era algo más profundo. Para tomar tal
decisión necesitaba convencerse de
que él era su auténtica
alma gemela, el verdadero
amor de su vida.
Cuando llegó al apartamento y vio
aquella flor, la más bella que jamás hubiese podido
imaginar, ya no tuvo dudas.
Su deliciosa fragancia había
colmado la estancia y le invadió
una sensación tan grata, que en aquel instante supo que había
encontrado su hogar. El anhídrido carbónico que estuvo a punto de
acabar con la vida de Carlos, había hecho florecer lo que con tanto
amor él no pudo lograr.
Entonces corroboró lo que ya sabía desde el hospital, era él,
Carlos, el amado de su alma y era esa, la
flor de Jesús, la flor de navidad, la definitiva señal.
Aquel mismo día, tras salir del hospital, anunciaron su boda,
cumpliéndose así su sueño
y protagonizando los dos su propio cuento de navidad.
Fdo: ALMASISI
JJ Guerra (ALMAVI)
Carmen Marín (SISIVE)
Carmen Marín (SISIVE)
Muy bonito... me pregunto si existe esa flor o es imaginaria
ResponderEliminarHay algo parecido, en parte fue lo que nos inspiró el cuento Mónica.
EliminarBesos.
ALMASISI,EL CUENTO RELATO ES MAGNIFICO,HE LLEGADO AL FINAL CON GANAS DE MAS,CREO QUE ESO LO DICE TODO,LA POINSETIA MAGICA.LA PLANTA CON MAS DERECHO A SER MAGICA.ORIGINAL.ME HA ENCANTADO.SUERTE AMIGOAS....miguel.
ResponderEliminarChicos, vaya susto que me habéis dado!... Ya vi al pobre Carlos muerto, muerto.
ResponderEliminarMuy bien conseguido. ¿Pero es que en esto también vais a ser pareja?.
Uf, la que se avecina!.
Me ha encantado, Un abrazo
Un relato entrañable. Felicidades
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